Presentado en "Monologueando", diciembre de 2016
Biblioteca Silvina Ocampo, UNNOBA
Ahora estamos mejor. Calentito en un hogar. Esperando el pito que anuncia quince para la entrada al laburo que me dio Evita. Calentador prendido, té negro y un cacho de pan.
La mama nos mimaba. A los
nueve. El viejo no. Ese era de los borrachos malos. Mejor no acordarse. Un día
lo salvamos de que el Toto lo matara. Se le tiró al cuello, casi lo ahorca.
Entre la Nena y la Negra los pudimos separar. Ese día lo mataba el Toto. ¡También!
Mandar a juntar maiz a la vieja que recién había parido... Al Chiquilo y al
Chiquito se le saltaban los ojos del cagazo cuando el viejo se enojaba y
corrían a esconderse entre las polleras de mis hermanas. Los otros no entendían,
demasiado chicos. Aunque la melancolía se le pasó también al corazón, como a
todos.
Mucho trabajo de campo, de
sol a sol, y la escuela. A la escuel, las mujeres y los más chicos no iban.
Sólo el Toto y yo. Había que turnarse. Un único par de alpargatas para
compartir hasta que los dedos salieran de la tela. Todo muy triste y feo, salvo
la vieja y nosotros que le salimos buenos.
Rajé cuando pude. Los
varones vinimos al pueblo a trabajar para poder mandarle unos morlacos a la
mama sin que el viejo se enterara. A ella se la extrañaba. Sufrida la pobre,
más buena que el pan.
En el pueblo la pasé
mejor.Pensión y boliche frente a la garita. Yo lejos del chupi pero cerca de la
Nelli. ¡Cómo me gustaba! Cintura de avispa y pechugona. Hasta en verano usaba
campera para disimular lo que no podía. La pretendíamos con el Toto, pero nunca
peleamos por eso. Para colmo era hija del dueño. En ese tiempo el tipo andaba
"calzado", decía que para correr a los borrachos que dormían la mona
en las mesas del boliche. Arrimársele era difícil.
Le encontramos la vuelta y
llegó el noviazgo.¡ Ja!, de novios con la madre prendida como chuncaco. La
Nelli y yo nos sentábamos al solcito y escuchábamos a Tormo y su Rancho´e la
Cambicha, que venía pegado al radioteatro, y si se daba, algún que otro besito
robado. Teníamos poco bailongo pero mucha pataleada al centro, a dar la vuelta del
perro y a tomar el helado.
¡Dale con la sirena! ¡Es el
primer pito! ¡Parece que hoy me voy a quedar sin leer los finados!
En esa época lloré a Evita y a mi vieja, las
mejores, las más buenas. La tristeza me partió al medio, por un largo tiempo.
La congoja se fue con el casorio. Después de
seis años calentando la silla, me engancharon. Yo era dócil y ansiaba una
familia. Al tiempito, nomás, fueron
cayendo las chancletas. Primero la negrita con un canasto de rulos oscuros, en
pleno julio, y un poco después, la colorada de ojos verdes. Sin querer, salió
redondita la historia.
¡El pito de las
menos cuarto! ¡A abrigarse se ha dicho! ¡Está cayendo una helada! La catanga
esperando para hacer las maniobras y yo aquí en veremo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario