domingo, 15 de enero de 2017

El Macho, por Patricia Rosales

Presentado en "Monologueando", diciembre de 2016
Biblioteca Silvina Ocampo, UNNOBA  


 Ahora estamos mejor.  Calentito en un hogar. Esperando el pito que anuncia quince para la entrada al laburo que me dio Evita. Calentador prendido, té negro y un cacho de pan.
  Bueno, Macho, acordate que antes la galleta estaba. Ahí, en la bolsa colgada del tirante. Galleta y mate cocido había. No faltaba el puchero ni los camotes asados. Puro camote y choclo, será por eso que no los puedo ver ni pintados.

La mama nos mimaba. A los nueve. El viejo no. Ese era de los borrachos malos. Mejor no acordarse. Un día lo salvamos de que el Toto lo matara. Se le tiró al cuello, casi lo ahorca. Entre la Nena y la Negra los pudimos separar. Ese día lo mataba el Toto. ¡También! Mandar a juntar maiz a la vieja que recién había parido... Al Chiquilo y al Chiquito se le saltaban los ojos del cagazo cuando el viejo se enojaba y corrían a esconderse entre las polleras de mis hermanas. Los otros no entendían, demasiado chicos. Aunque la melancolía se le pasó también al corazón, como a todos.
Mucho trabajo de campo, de sol a sol, y la escuela. A la escuel, las mujeres y los más chicos no iban. Sólo el Toto y yo. Había que turnarse. Un único par de alpargatas para compartir hasta que los dedos salieran de la tela. Todo muy triste y feo, salvo la vieja y nosotros que le salimos buenos.
Rajé cuando pude. Los varones vinimos al pueblo a trabajar para poder mandarle unos morlacos a la mama sin que el viejo se enterara. A ella se la extrañaba. Sufrida la pobre, más buena que el pan.
En el pueblo la pasé mejor.Pensión y boliche frente a la garita. Yo lejos del chupi pero cerca de la Nelli. ¡Cómo me gustaba! Cintura de avispa y pechugona. Hasta en verano usaba campera para disimular lo que no podía. La pretendíamos con el Toto, pero nunca peleamos por eso. Para colmo era hija del dueño. En ese tiempo el tipo andaba "calzado", decía que para correr a los borrachos que dormían la mona en las mesas del boliche. Arrimársele era difícil.
Le encontramos la vuelta y llegó el noviazgo.¡ Ja!, de novios con la madre prendida como chuncaco. La Nelli y yo nos sentábamos al solcito y escuchábamos a Tormo y su Rancho´e la Cambicha, que venía pegado al radioteatro, y si se daba, algún que otro besito robado. Teníamos poco bailongo pero mucha pataleada al centro, a dar la vuelta del perro y a tomar el helado.
¡Dale con la sirena! ¡Es el primer pito! ¡Parece que hoy me voy a quedar sin leer los finados!
 En esa época lloré a Evita y a mi vieja, las mejores, las más buenas. La tristeza me partió al medio, por un largo tiempo.
 La congoja se fue con el casorio. Después de seis años calentando la silla, me engancharon. Yo era dócil y ansiaba una familia. Al tiempito, nomás, fueron cayendo las chancletas. Primero la negrita con un canasto de rulos oscuros, en pleno julio, y un poco después, la colorada de ojos verdes. Sin querer, salió redondita la historia.
 ¡El pito de las menos cuarto! ¡A abrigarse se ha dicho! ¡Está cayendo una helada! La catanga esperando para hacer las maniobras y yo aquí en veremo.

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