domingo, 15 de enero de 2017

Recuerdos de familia, por María Inés Zelaschi

Presentado en "Monologueando", diciembre de 2016
Biblioteca Silvina Ocampo, UNNOBA


Uno de estos días le voy a contar todo a la Mary, antes de que la memoria me siga jugando en contra. Desde que vio esas fotos no deja de preguntar por los abuelos y la casa del campo. Claro, no los conoció y de  la casa no se acuerda, tenía un año cuando nos vinimos al pueblo.
   ¿Qué le puedo decir de mi padre, de don José? Era hijo de genoveses,  lindo hombre, tenía los ojos celestes como yo y como ella; lo único bueno, por lo demás, un jodido, propiamente complicado y duro con todos, familia y peonada por igual. Mamá, doña Teresa, era una santa, no abría la boca, nunca se quejaba por nada, siempre laburando, ¡éramos un montón! 

El viejo era rico, en esos años 200 hectáreas de campo no eran poca cosa, no había en la colonia entre Arribeños y Teodelina otra casa igual, muchas habitaciones, una cocina gigante, cabíamos todos nosotros, 10 hijos y los peones a la hora del desayuno.  El jardín que cuidaban mis hermanas dejaba con la boca abierta a los cerealistas y amigos que venían a visitar a los viejos.  Había un comedor con muebles traídos de no sé dónde, platos ingleses, copas de cristal y cubiertos de plata, pero nosotros no podíamos poner ni una pata ahí, sólo Teresa entraba para limpiar porque era la más cuidadosa. Flora y Amelia, las mayores, no sacaban la cabeza de la cocina, y Élida, la menor, a bordar sábanas y manteles. Los muchachos, Aurelio, José, Bautista y yo, a la quinta y cuando crecimos un poco, a armar los fardos con la horquilla o a juntar maíz con la mano. El pobre Juan se mató, se pegó un tiro a los 21 porque lo dejó una novia. ¡Tan lindo pibe! La vieja no podía reponerse del desastre y papá la retaba por la flojera así que ni podía llorar tranquila la pobre.
A la escuela íbamos todos en dos sulkies, pero después de unos años, a trabajar el campo y nada más.  Le voy a contar que no todo era laburo y malos ratos, también hacíamos travesuras y entre todos la pasábamos bien. Un día jugando al circo, se me dio por poner una tabla cruzando el pozo que habían hecho los peones  para enterrar el molino nuevo, Tere me vendó los ojos y jugamos a que yo era el equilibrista. Terminé con un brazo roto, y después de fajarme, el viejo me cargó en el auto y me llevó al doctor. Fue la primera vez que anduve en el forá, no subía nadie más que él y la abuela. Otra tarde de verano, a la hora de la siesta, Flora juntó higos del monte de frutas atrás de la casa, y nos mandamos una guerra entre todos, reventaban los higos contra la pared de la pieza con un chiflido. Cuando vimos el desastre, disparamos cada uno para un escondite diferente, la dejamos sola a la Flora que era gorda y no podía correr para enfrentarse a don José. Se bancó el castigo y la penitencia y hasta lo desafió porque tenía un carácter bien bravo ella también.
¡Cómo me fumaría un negro ahora! Pero mejor me como un caramelo que me dio la patrona, ya me queda poco para terminar el lote.
Y le tendría que contar a la Mary, pero no estoy seguro cómo le va a caer, que el viejo no quería que yo me casara con la patrona, era hija de panaderos y le parecía poca cosa. Cuando empezamos a ir a los bailes en Teodelina, el auto ni loco lo prestaba, y los caballos menos, que los podían robar. A veces íbamos en bicicleta, a veces caminando, tres leguas a pata, con frío, ¡sabés cómo llegábamos! Antes de entrar a la milonga, nos peinábamos un poco  y nos sacudíamos la tierra. Pero bueno, nos pusimos de novio, todos; José, Aurelio y Bautista tuvieron más suerte, los consuegros tenían campo, pero yo estaba listo. Igual me casé, el abuelo no vino a verme, fue triste para todos pero con el tiempo aceptó a la Violeta y hasta la llegó a querer. Las mujeres, dos quedaron para vestir santo, noviaron un tiempo con unos hermanos que eran carpinteros, ¡y qué carpinteros! Un lujo.  Pero después se dejaron. Vaya a saber por qué. La mayor, Flora, se cansó de criarnos a todos y dijo que ni loca se casaba, y Amelia y la Inés se casoriaron con dos muchachos que tenían la chacra pegada a la nuestra, ahí sí que el viejo se mandó una farra bárbara, sacó todo los fiambres y los vinos que había en el sótano de la casa, mató una vaquillona, y hasta hizo cortar las flores del jardín  que estaba todo florecido para adornar la iglesia.
Un día se  fue a Morón a visitar a unos primos y se mandó una comilona terrible, no sé qué le pasó en los intestinos y se murió a los pocos días. La abuela murió mucho después y ahí vino la repartija y las peleas, sobre todo con los cuñados que querían enseguida la parte, y bueno, repartimos y quedamos todos tecleando. Por suerte yo me compré unas máquinas para salir a trabajar y así nos acomodamos.  
Ya se está poniendo el sol. Ni un negro me fumé. Meta caramelos nomás. La última vuelta y termino de sembrar por hoy si el tractorcito no me falla. ¡Parece mentira cómo se vuela el tiempo, tanto recordar y pensar!

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