Presentado en "Monologueando", diciembre de 2016
Biblioteca Silvina Ocampo, UNNOBA
Uno de estos días le voy a contar todo a la
Mary, antes de que la memoria me siga jugando en contra. Desde que vio esas
fotos no deja de preguntar por los abuelos y la casa del campo. Claro, no los
conoció y de la casa no se acuerda,
tenía un año cuando nos vinimos al pueblo.
¿Qué le puedo decir de mi padre, de don José? Era hijo
de genoveses, lindo hombre, tenía los
ojos celestes como yo y como ella; lo único bueno, por lo demás, un jodido,
propiamente complicado y duro con todos, familia y peonada por igual. Mamá,
doña Teresa, era una santa, no abría la boca, nunca se quejaba por nada, siempre
laburando, ¡éramos un montón!
El viejo era rico, en esos años 200 hectáreas
de campo no eran poca cosa, no había en la colonia entre Arribeños y Teodelina
otra casa igual, muchas habitaciones, una cocina gigante, cabíamos todos
nosotros, 10 hijos y los peones a la hora del desayuno. El jardín que cuidaban mis hermanas dejaba con
la boca abierta a los cerealistas y amigos que venían a visitar a los viejos. Había un comedor con muebles traídos de no sé
dónde, platos ingleses, copas de cristal y cubiertos de plata, pero nosotros no
podíamos poner ni una pata ahí, sólo Teresa entraba para limpiar porque era la
más cuidadosa. Flora y Amelia, las mayores, no sacaban la cabeza de la cocina,
y Élida, la menor, a bordar sábanas y manteles. Los muchachos, Aurelio, José,
Bautista y yo, a la quinta y cuando crecimos un poco, a armar los fardos con la
horquilla o a juntar maíz con la mano. El pobre Juan se mató, se pegó un tiro a
los 21 porque lo dejó una novia. ¡Tan lindo pibe! La vieja no podía reponerse
del desastre y papá la retaba por la flojera así que ni podía llorar tranquila
la pobre.
A la escuela íbamos todos en dos sulkies, pero
después de unos años, a trabajar el campo y nada más. Le voy a contar que no todo era laburo y malos
ratos, también hacíamos travesuras y entre todos la pasábamos bien. Un día
jugando al circo, se me dio por poner una tabla cruzando el pozo que habían
hecho los peones para enterrar el molino
nuevo, Tere me vendó los ojos y jugamos a que yo era el equilibrista. Terminé
con un brazo roto, y después de fajarme, el viejo me cargó en el auto y me
llevó al doctor. Fue la primera vez que anduve en el forá, no subía nadie más
que él y la abuela. Otra tarde de verano, a la hora de la siesta, Flora juntó
higos del monte de frutas atrás de la casa, y nos mandamos una guerra entre
todos, reventaban los higos contra la pared de la pieza con un chiflido. Cuando
vimos el desastre, disparamos cada uno para un escondite diferente, la dejamos
sola a la Flora que era gorda y no podía correr para enfrentarse a don José. Se
bancó el castigo y la penitencia y hasta lo desafió porque tenía un carácter
bien bravo ella también.
¡Cómo me fumaría un negro ahora! Pero mejor me
como un caramelo que me dio la patrona, ya me queda poco para terminar el lote.
Y le tendría que contar a la Mary, pero no
estoy seguro cómo le va a caer, que el viejo no quería que yo me casara con la
patrona, era hija de panaderos y le parecía poca cosa. Cuando empezamos a ir a
los bailes en Teodelina, el auto ni loco lo prestaba, y los caballos menos, que
los podían robar. A veces íbamos en bicicleta, a veces caminando, tres leguas a
pata, con frío, ¡sabés cómo llegábamos! Antes de entrar a la milonga, nos
peinábamos un poco y nos sacudíamos la
tierra. Pero bueno, nos pusimos de novio, todos; José, Aurelio y Bautista
tuvieron más suerte, los consuegros tenían campo, pero yo estaba listo. Igual
me casé, el abuelo no vino a verme, fue triste para todos pero con el tiempo
aceptó a la Violeta y hasta la llegó a querer. Las mujeres, dos quedaron para
vestir santo, noviaron un tiempo con unos hermanos que eran carpinteros, ¡y qué
carpinteros! Un lujo. Pero después se
dejaron. Vaya a saber por qué. La mayor, Flora, se cansó de criarnos a todos y
dijo que ni loca se casaba, y Amelia y la Inés se casoriaron con dos muchachos
que tenían la chacra pegada a la nuestra, ahí sí que el viejo se mandó una
farra bárbara, sacó todo los fiambres y los vinos que había en el sótano de la
casa, mató una vaquillona, y hasta hizo cortar las flores del jardín que estaba todo florecido para adornar la
iglesia.
Un día se fue a Morón a visitar a unos primos y se mandó
una comilona terrible, no sé qué le pasó en los intestinos y se murió a los
pocos días. La abuela murió mucho después y ahí vino la repartija y las peleas,
sobre todo con los cuñados que querían enseguida la parte, y bueno, repartimos
y quedamos todos tecleando. Por suerte yo me compré unas máquinas para salir a
trabajar y así nos acomodamos.
Ya se está poniendo el sol. Ni un negro me
fumé. Meta caramelos nomás. La última vuelta y termino de sembrar por hoy si el
tractorcito no me falla. ¡Parece mentira cómo se vuela el tiempo, tanto
recordar y pensar!
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