sábado, 14 de enero de 2017

Fierita, de Susana Rinaldi


Presentado en "Monologueando", diciembre de 2016
 Biblioteca Silvina Ocampo, UNNOBA


Es así la cosa, macho, estamos acá, encerrados, sin merca, sin minas, sin ninguna distracción. La vieja me viene a ver todos los sábados, y llora, llora, llora, y me dice hacele caso al doctor, Fierita, él te va a curar. Pero qué mierda me va a curar, si yo no estoy enfermo, lo que quiero es paco. Acá los días son como chicle, se estiran, se estiran, y no terminan nunca. A la tardecita viene el doctor y te pregunta cómo estás, y te encaja una inyección y te dice que es para la "astinencia", qué se yo qué carajo es. El asunto es que cuando me vienen las ganas de paco, babeo por una pipita, sudo, se me seca el garguero, y me quiero dar la cabeza contra la pared mil veces, porque estoy preso, porque me falta merca y no me puedo escapar, y no me dan ni un poquito. 

Y ahí me quiero morir, y se me pone todo oscuro, y no veo nada, y me despierto atado a la cama. Y todo vuelve a empezar, y viene una vieja fea, que dice que es la psicóloga y me pregunta boludeces, "¿cómo es la relación con tu padre?”, “¿qué relación?”, le digo?, si al viejo, la última vez que lo vi estaba en pedo, la reventó a palos a la vieja y a mi hermana mayor, la Betty, que se metió a defenderla, y lo llevaron preso por lesiones y "violencia de género", que le dicen. Y después un juez lo echó de la casa y se fue y no lo vimos más. Yo creo que tenía quince o dieciseis. Y tuve que ir a cartonear con la vieja para morfar.
La escuela, minga, la dejé en esa época, de todos modos me aburría como un hongo, no entendía un pomo. Las maestras hablaban en chino. Y me hice amigo de la barra de la esquina de Del Carril y Suipacha, cerca de la estación de tren de Berazategui. Los más amigos eran el Cheli, Mingo, Turrito y el Patón, nos pasábamos toda la tarde escuchando cumbia y haciendo nada. Y los sábados íbamos a la bailanta del Alumni. ¡Qué lindos tiempos!, y un día el Cheli vino con unos porros, que no sé adónde los había conseguido, y los fumamos en el baldío de al lado. ¡Qué genial, papá, estábamos en las nubes! Nos sentíamos como Superman, nada podía vencernos, y de repente, nos cagábamos de risa sin saber por qué, y nos tirábamos y nos revolcábamos por el pasto como hacen los perros. Pero enseguida se te acababa el efecto, y ¡chau, alegría! Se iba todo al carajo y todo lo fiero volvía. La vida de mierda que teníamos, sin esperanza de cambiar nada. Y buscábamos changas de mandaderos, o de cualquier cosa, para poder comprarnos un rato de alegría, que cada vez duraba menos y era más difícil de comprar. En ese tiempo, la vieja y la Betty trabajaban de siervas en el centro. Ganaban bien, y las patronas les regalaban ropa para ellas, para el Rober, mi hermano más chico, y algunas pilchas también para mí. Y guardaban la guita en una cajita de tabaco que era de mi viejo, en el fondo del ropero. Y un día, yo estaba como loco de las ganas de un porro, y no tenía un mango, y estaba como león enjaulado, buscando la moneda que me podía calmar las ganas. Y encontré la cajita, y tenían como una luca, y me la llevé toda, y se la di al Cheli, que consiguió porros para todos, y los fumamos y estuvimos dos días tirados en un rancho, soñando. Creo que nunca disfruté tanto. Pero todo terminó cuando vinieron la vieja y mi hermana a buscarme, y me llevaron de los pelos y a patadas en el culo. Pero, viste, la vieja es madre, y las madres perdonan y olvidan. Pero la droga es jodida, te hace olvidar el cariño, las promesas, todo, todo. Y volví a afanarles, y la Betty se consiguió un tipo y se fue a vivir con él. Después nos enteramos que era un cafisho, y un día la vi "changueando" en la Estación, toda vestida con brillos y pintarrajeada, que casi no la conocí. Ella se hizo la que no me vió, y yo no quise acercarme, porque no sabía qué decirle.
La única que me siguió y me sigue bancando, es la vieja. Y eso que la hice sufrir mucho, porque cuando ya no pude calmarme con el porro, empecé con el paco, que te quema el mate. Pero no importa, es lo único que te calma y no te deja pensar, lástima que cuesta conseguirlo. El primero que pudo acomodarse -bah, acomodarse es un decir-, fue el Cheli, que empezó a vender para un tipo que tenía un regio auto, buenas pilchas y altas yantas. Y como comisión le pagaba con paco, que él podía consumir o vender. Al principio me dio uno o dos papelitos, pero después me dijo mirá, “Fierita, no puedo regalarte lo que a mí me cuesta, así que si no pagás no hay paco”. Y así fue como salí de afano para pagarme el vicio, y conseguí que me acompañaran los laderos de siempre: Mingo, Turrito y el Patón. Dimos varios batacazos, a la salida de un banco, un autito nuevo que unos chabones que estaban en la grande nos compraron con plata fresca (bastante) que nos duró unos meses. Que, vos sabés, los pasamos tirados fumando interminables pipas, soñando sin parar con una vida linda y sin problemas.
El que nos vendía siempre era el Cheli, que ya era todo un empresario, y nos ofreció vender para él, y agarramos viaje. Y vendimos bastante, para poder seguir bancando el vicio, pero un día tuvimos la mala suerte que se dio cuenta que lo mejicaneábamos, y nos chumbó al capo. Por suerte, yo pude rajar, pero a los otros, los reventaron a tiros. Mala leche, terminar así, tan jóvenes. Yo estuve escondido unos días, pero las ganas de paco me hicieron salir por el hambre, y me largué al afano en grande, hasta que me pescó la yuta y me encanastaron. Y como me tocó un juez con algo de corazón, y la vieja le lloró la cartulina -viste como son las viejas cuando piden por los hijos-, consiguió que me internen acá. Pero, viste, chabón, aunque tenga una buena cama limpia, en este hogar para recuperación de adictos, como le dicen, estoy enjaulado, aunque no esté en la tumba.
Acá no puedo decir que me traten mal, pero es duro, viste, a las ocho te levantan, ejercicio, después mate cocido con un felipe, después viene una mina grande, que dijo que es voluntaria y nos reparte lápices y papeles y nos enseña a dibujar, porque dice que es bueno para el tratamiento. Pero lo que más me duele, es que la Cinthia no vino a verme ni una vez. La vieja me contó que anda con un pibe que tiene un buen laburo y se van a juntar a fin de año. Y bueno, viste, ya no me queda nada, lo perdí todo, menos a la vieja. El otro día me lo trajo al Rober, ¡qué grande está! Le di un abrazo y escondí la cara en el hombro para que no me viera llorar. Todavía me quedan dos años, y si me curo del paco no sé si volveré a la tumba o me soltarán.
El otro día, vino una minita que estaba rebuena. Dijo que era asistente social. Me preguntó si quería aprender algún oficio para cuando saliera. Qué sé yo. No se me ocurre nada, viste, tampoco puedo cerrar los ojos y mirar el futuro, porque siento que no tengo. La chabona me dijo que volvería, para ver si había decidido algo. Mientras tanto, sigo durando, y también sufriendo por las ganas de paco, pero parece que algo me hacen las pichicatas que me da el matasano, porque los ataques no me dan tan seguido. ¡Ah!, además viene Saverio, que es un pastor evangélico, que te habla y te habla, viste. Y a veces veo una lucecita chiquita, chiquita, al final de tanta oscuridad. Él dice que la fe en el Señor nos salvará.


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